Am 6,4-7; Sal 145, 7-10; 1Tm 6,11-16; Lc 16,19-31.
Esta parábola pronunciada por Jesús que nos presenta el evangelio de la Misa, recoge la enseñanza sobre el drama del pobre que sufre y de la ingratitud del corazón humano cuando es egoísta. Quizá la principal lección de la parábola sea la de la retribución de las obras de la vida presente.
Una de las intrigas mías es la posibilidad de que, en el infierno, las almas puedan tener sentimientos buenos. En la parábola, el rico pide, humildemente, un favor pequeño, de aquél a quien negó un favor igual de pequeño, teniéndolo en su mano. Después, busca beneficiar a sus hermanos que aún están en la tierra, para que no obtengan el mismo sufrimiento que él tiene.
Quizá tengan esos sentimientos buenos, como una forma de sufrimiento con que les atormente el demonio, ya que aquí no los han tenido.
Lo reprobable de la actitud del rico es saciarse –en exceso– y no pensar en su prójimo. Es claro que algo hay que sacrificar: si no es en esta vida, será en la otra. Lo triste es que, para los que quieran, ya no tendrán la oportunidad de enmendarse la plana.Esperemos no tener que comprobar -Dios no lo quiere- si es cierto o no lo de los sentimientos buenos de los condenados.
no entiendo
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