Era como a las nueve de la mañana, del viernes de la semana pasada. Estaba con el tiempo un poco apretado. “–Padre, hay un señor fuera que dice que su nieto, que está en el hospital, necesita ser bautizado”.
Mientras íbamos de camino me explicaba que fue él quien se lo sugirió a sus papás, que mostraron alegría por la propuesta. En sus palabras se mostraba de mucha fe y sabedor de la doctrina.
Llegué al sitio; estaban dando al niño respiración artificial. Al preguntar por el nombre con que le habían registrado me dijeron que no lo tenía: a los recién nacidos los anotaban como “hijo de fulano y de fulana”. El abuelo me sugirió un nombre; yo les sugerí otro, pensando en el santo del día en que nació. Al final, quisieron que lo bautizáramos como Martín, en honor de San Martín de Tours (11 de noviembre). Estuvieron los padres y el abuelo; éste ejerció de padrino.
¿Habrá sobrevivido el niño? Querían bautizarlo inmediatamente porque se lo llevarían a otro hospital. El abuelo y los papás querían que, en caso de que no sobreviviera, Martín tuviera asegurada la entrada al Cielo. ¡Bendita fe de nuestra gente!
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