Hoy he vuelto a casa, después de un tiempo más o menos prolongado de estar fuera, cumpliendo con un compromiso personal. Ha sido tiempo de formación y tiempo más sosegado para buscar más a Dios.
Iban a ser cerca de 400 kilómetros los que debía recorrer. Me llevaría gran parte del día ir de mi punto de salida hasta mi llegada a casa. No podía hacer como sugieren algunas películas: desaparecer de un sitio y aparecerme en otro…, ¡ya lo quisiera! Más bien, debía recorrer kilómetro a kilómetro, uno tras otro.
La carrera de la vida es similar: sin prisa, pero sin pausa, ir recorriendo minuto a minuto nuestra existencia, sin pretender agotarlo todo de una vez. A veces hace frío o calor; otras veces alumbra el sol o se oculta detrás de una nube, o incluso pareciese que no existe debido al azote de una tormenta. Pero llegados a casa, ¡qué descanso! Entonces se agradece a Dios, a quien se ha encomendado el viaje a su inicio y quien ha sostenido en el recorrido, incluso cuando ni nos hemos dado cuenta.
¡Cuán grande será el “final” del camino de la vida y que comience la vida feliz del Cielo, que sacia sin saciar, con la plena certeza de que nadie nos la quitará…!
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