Ayer culminó el curso académico en el Seminario Menor. Además de unirme el afecto a esta institución –que hacen una con el Mayor–, la veo con ojos de fe.
Con ojos de fe, porque hemos palpado su eficacia de cara a incentivar las vocaciones y formarlas, luego. Con ojos de fe, porque la Iglesia incentiva a que haya seminarios menores en las diócesis, debido a su eficacia. Con ojos de fe porque, a pesar de los embates frecuentes, el Seminario Menor sigue funcionando: Dios lo quiere.
Con ojos humanos, también, porque tiene gran eficacia de cara a preparar las vocaciones al sacerdocio: las estadísticas lo evidencian. Además, en el caso de los que no siguen en el Seminario Mayor, los jóvenes bachilleres van a actuar de fermento en la sociedad con la preparación que tienen.
Además, no quiero dejar de agradecer a los formadores por su labor escondida –Dios lo ve– pero eficaz. El P. Lee, rector hasta ahora del Menor, dejará su cargo y pasará a ayudar a una parroquia, la de Patzún. Gracias, P. Lee, por tu labor. Dios te bendecirá abundantemente.
Desde luego, este fin de curso es motivo de acción de gracias a Dios. Le pedimos nos siga bendiciendo con abundantes bendiciones, y los dones necesarios para que el trabajo en favor de los futuros sacerdotes sean eficaces.
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