La Purificación de María y la Presentación del Niño en el Templo (cfr. Lc 2,22-28).
“La primera persona que se asocia a Cristo en el camino de la obediencia, de la fe probada y del dolor compartido es su madre, María. El texto evangélico nos la muestra en el acto de ofrecer a su Hijo: una ofrenda incondicional que la implica personalmente: María es Madre de Aquel que es ‘gloria de su pueblo, Israel’ y ‘luz para alumbrar a las naciones’, pero también ‘signo de contradicción’ (cf. Lc 2,32.34). Y a ella misma la espada del dolor le traspasará su alma inmaculada, mostrando así que su papel en la historia de la salvación no termina en el misterio de la Encarnación, sino que se completa con la amorosa y dolorosa participación en la muerte y resurrección de su Hijo. Al llevar a su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a Dios como verdadero Cordero que quita el pecado del mundo; lo pone en manos de Simeón y Ana como anuncio de redención; lo presenta a todos como luz para avanzar por el camino seguro de la verdad y el amor” (Benedicto XVI, Homilía, 2-2-2006).
“En la memoria de su Presentación en el Templo, contemplaremos [a María] como Madre y modelo de la Iglesia, que reúne en sí ambas vocaciones: a la virginidad y al matrimonio, a la vida contemplativa y a la activa” (Benedicto XVI, Ángelus, 19-11-2006).
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