El hombre no viene del vacío, no viene de
la nada. Un principio ha tenido y la naturaleza le viene dada.
Uno de los dones que le vienen con la vida
es el de la libertad. Ayer meditaba sobre ello. Como predicaba san Josemaría,
misteriosa capacidad –riesgo que Dios se tomó- que le permite al hombre “rendir
o negar al Señor la gloria que le corresponde como Autor de todo lo que existe”
(AD 24).
Estamos, pues, más allá del concepto
simple y egoísta de definir la libertad como la capacidad de escoger lo que yo
quiera hacer.
Lean lo que decía el personaje más famoso
de Cervantes, don Quijote:
“La libertad,
Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;
con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar
encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la
vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los
hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que
en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes
sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido
entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo
gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los
beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo
libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede
obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!” (Don Quijote; II Parte, cap. 58).
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