"El regreso del hijo pródigo" de Rembrandt |
Más que un libro de sabiduría humana –que también
lo es- la Biblia es un libro divino, pues su autor principal y primigenio es
Dios, Él lo ha inspirado.
Una de las páginas más bellas de este
bello y sabio Libro divino es la de la parábola del llamado “hijo pródigo”, que
hoy hemos leído en la Santa Misa (Lc 15,1-2.11-24a). Se pueden resaltar muchos
detalles de la historia que podríamos aplicarnos: por ejemplo la de la humildad
y arrepentimiento del hijo menor, la permanencia –aunque no muy alegre- del
hijo mayor en la casa del padre, el amor y la misericordia del padre de la
historia. Así es como se ha preferido llamar la historia como la “parábola del
padre misericordioso”.
Pero me gustaría proponerles algo más:
cómo el padre de la parábola obvia los “defectitos” de sus hijos y ve en ellos
lo positivo. Por esta línea, es sugerente el título del libro de Juan Marqués: “el
valor de los defectos ajenos”. Una mirada positiva a la vida de los demás nos
ayudará a descubrir en los demás lo positivo, muy necesario para la
convivencia, ya que lo negativo es fácil verlo.
En el hijo pródigo, quizá el padre haya
valorado la confianza –llamaríamos “atrevimiento”- con que se dirigió a él en
el inicio de la historia y lo “cara dura” que fue para pedirle lo que no debía.
¿Qué dices si nos ponemos “caraduras”, llevados por una confianza sobrenatural,
para dirigirnos a Dios?
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