El día de hoy se cumplen siete años de que
el Santo Padre Benedicto XVI asumió la dirección de la Barca de Pedro.
En la dirección auguri.benedettoxvi@vatican.va
le he enviado la felicitación de parte de todos los que componemos el Seminario
Mayor con estas palabras: Desde el
Seminario Mayor de Sololá (Guatemala, Centro América), le enviamos un cordial
saludo por su aniversario, pero también un profundo agradecimiento por su
fidelidad diaria y su entereza para guiar la Iglesia. Cuente con nuestra
fidelidad, nuestra oración, nuestra cercanía y nuestro cariño. Tante auguri!
Les dejo con su catequesis del día de ayer, pronunciada antes de la
audiencia del miércoles. Un poco larga pero muy aprovechable.
Queridos hermanos y hermanas:
Después de las grandes
fiestas, reanudamos las catequesis sobre la oración. En la audiencia antes de
Semana Santa, nos centramos en la figura de la Beata Virgen María, presente
entre los Apóstoles en oración, cuando esperaban la venida del Espíritu Santo.
Una atmósfera de oración acompaña los primeros pasos de la Iglesia. Pentecostés
no es un episodio aislado, ya que la presencia y la acción del Espíritu Santo
guían y animan de manera constante el camino de la comunidad cristiana. En los
Hechos de los Apóstoles, de hecho, san Lucas, además de contar la gran efusión
que tuvo lugar en el Cenáculo cincuenta días después de la Pascua (cf. Hch 2,
1-13), informa de otras irrupciones extraordinarias del Espíritu Santo, que
vuelven en la historia de la Iglesia. Hoy quiero centrarme en lo que se ha
llamado el "pequeño Pentecostés", que tuvo lugar en la culminación de
una etapa difícil en la vida de la Iglesia naciente.
Los Hechos de los Apóstoles
nos dicen que, después de la curación de un paralítico a la entrada del Templo
de Jerusalén (cf. Hch 3, 1-10), Pedro y Juan fueron arrestados (Hechos 4, 1)
porque anunciaban la resurrección de Jesús a todo el pueblo (cf. Hch 3, 11-26).
Tras un juicio sumario, fueron puestos en libertad. Regresaron con sus hermanos
y les contaron cuanto habían sufrido debido al testimonio de Jesús resucitado.
En ese pasaje dice san Lucas que "todos unánimemente elevaron su voz a
Dios" (Hechos 4, 24). Aquí San Lucas registra la mayor oración de la
Iglesia que encontramos en el Nuevo Testamento, al final de la cual como hemos
escuchado " tembló el lugar donde estaban reunidos; todos quedaron llenos
del Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios " (Hch 4,
31).
Antes de considerar esta
hermosa oración, se observa una actitud subyacente importante: ante el peligro,
la dificultad, la amenaza, la primera comunidad cristiana no trata de hacer un
análisis sobre cómo reaccionar, encontrar estrategias de cómo defenderse a sí
mismos, o qué medidas tomar, sino que ante la prueba empiezan a rezar, se ponen
en contacto con Dios.
¿Qué característica tiene esta
oración? Se trata de una oración unánime y que coincide con toda la comunidad,
que se enfrenta a una situación de persecución por causa de Jesús. En el
original griego, san Lucas utiliza el vocablo homothumadon "todos
juntos" “de acuerdo ", un término que aparece en otras partes de los
Hechos de los Apóstoles, para enfatizar esta oración perseverante y unida (cf.
Hch 1, 14, 2, 46). Esta concordia es el elemento fundamental de la primera
comunidad y debería ser siempre fundamental para la Iglesia. No sólo es la
oración de Pedro y Juan, que se encontraban en peligro, sino de toda la
comunidad, porque lo que viven los dos apóstoles, no se refiere y afecta solo a
ellos, sino a toda la Iglesia. Frente a las persecuciones sufridas por causa de
Jesús, la comunidad no sólo no tiene miedo y no se divide, sino que está
profundamente unida en la oración, como una sola persona, para invocar al Señor.
Esto, creo, es el primer prodigio que se produce cuando los creyentes son
desafiados a causa de su fe: la unidad se refuerza, en lugar de verse
comprometida, ya que está sostenida por una oración inquebrantable. La Iglesia
no debe temer las persecuciones que en su historia se ve obligada a soportar,
sino que debe confiar siempre, como Jesús en Getsemaní, en la presencia, en la
ayuda y el poder de Dios, invocado en la oración.
Demos un paso más: ¿Qué es lo
que pide la comunidad cristiana a Dios en este momento de prueba? No pide la
seguridad por vida frente a la persecución, ni que el Señor castigue a los que
han encarcelado a Pedro y a Juan; piden solamente que se les conceda
"proclamar con toda libertad" la Palabra de Dios (cf. Hch 4:29). Pide
no perder la valentía de la fe, el coraje de anunciar la fe. Pero antes trata
de comprender en profundidad lo que ha sucedido, trata de leer los
acontecimientos a la luz de la fe y lo hace precisamente a través de la Palabra
de Dios, que nos permite descifrar la realidad del mundo.
En la oración que se eleva al
Señor, la comunidad, ante todo, recuerda e invoca la grandeza y la inmensidad
de Dios: "Señor, tú que creaste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que
hay en ellos" (Hechos 4, 24). En la Invocación al Creador, sabemos que
todo viene de Él, que todo está en sus manos, este es el conocimiento que nos
da confianza y el coraje de que todo viene de Él, de que todo está en sus
manos. A continuación, pasa a reconocer cómo Dios ha actuado en la historia.
Comienza con la creación y continúa en la historia. Cómo ha estado cerca de su
pueblo, mostrándose un Dios interesado en el hombre, que no se retira, que no
abandona al hombre, y aquí se menciona explícitamente el Salmo 2, a la luz del
cual viene leída la situación de dificultad que está viviendo en aquel momento
la Iglesia.
El Salmo 2 celebra la
entronización del rey de Judea, pero se refiere proféticamente a la venida del
Mesías, contra el cual nada podrán hacer la rebelión, la persecución, ni las
injusticias de los hombres: «¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos
hacen vanos proyectos? Los reyes de la tierra se rebelaron y los príncipes se
aliaron contra el Señor y contra su Ungido». (Hch 4, 25) Es lo que nos dice
proféticamente el Salmo sobre el Mesías. Y en toda la historia vemos esta
característica rebelión de los poderosos contra el poder de Dios. Justo leyendo
la Sagrada Escritura, que es Palabra de Dios, la comunidad puede decirle a Dios
en su oración: «realmente se aliaron en esta ciudad..., contra tu santo
servidor Jesús, a quien tú has ungido. Así ellos cumplieron todo lo que tu
poder y tu sabiduría habían determinado de antemano». (Hch 4, 27).
Lo que ha sucedido se lee a la
luz de Cristo, que es la clave para comprender también la persecución, la cruz
que es siempre la clave para la Resurrección. La oposición contra Jesús, su
Pasión y Muerte, se releen a través del Salmo 2, como actuación del proyecto de
Dios Padre por la salvación del mundo. Y aquí se encuentra también el sentido
de la experiencia de persecución, que la primera comunidad cristiana está
viviendo; primera comunidad que no es una simple asociación, sino una comunidad
que vive en Cristo; por lo tanto, lo que le sucede forma parte del diseño de
Dios. Como le sucedió a Jesús, también sus discípulos encuentran oposición,
incomprensión, persecución. En la oración, la meditación sobre la Sagrada
Escritura a la luz del misterio de Cristo ayuda a leer la realidad presente
dentro de la historia de salvación que Dios actúa en el mundo, siempre a su
modo.
Precisamente por este motivo,
la solicitud que la primera comunidad cristiana de Jerusalén dirige a Dios en
la oración no es la de ser defendida, ni de que se le ahorre la prueba, o la de
lograr éxito, sino solamente la de poder proclamar con «parresia» es decir con
franqueza, con libertad, con valentía, la Palabra de Dios (cfr Hch 4,29).
El ruego añade luego el que
este anuncio esté acompañado por la mano de Dios, para que se realicen
curaciones, signos y prodigios (cfr Hch 4,30), para que sea visible la bondad
de Dios, es decir, una fuerza que trasforme la realidad, que cambie el corazón,
la mente, la vida de los hombres y traiga la novedad radical del Evangelio.
Cuando terminaron de orar
--anota san Lucas- «tembló el lugar donde estaban reunidos; todos quedaron
llenos del Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios». (Hch
4, 31). Tembló el lugar, es decir que la fe tiene la fuerza de transformar la
tierra y el mundo. El mismo Espíritu que habló por medio del Salmo 2 en la oración
de la Iglesia, irrumpe en la casa e inunda el corazón de todos aquellos que han
invocado al Señor. Éste es el fruto de la oración coral que la comunidad
cristiana eleva a Dios: la efusión del Espíritu, don del Resucitado que
sostiene y guía el anuncio libre y valiente de la Palabra de Dios, que impulsa
a los discípulos del Señor a salir sin miedo para llevar la buena nueva hasta
los confines del mundo.
También nosotros, queridos
hermanos y hermanas, debemos saber presentar los acontecimientos de nuestra vida
cotidiana en nuestra oración, para buscar su significado profundo. Y así como
la primera comunidad cristiana, también nosotros, dejándonos iluminar por la
Palabra de Dios, a través de la meditación sobre la Sagrada Escritura, podemos
aprender a ver que Dios está presente en nuestra vida, presente aun en los
momentos difíciles, y que todo –también las cosas incomprensibles– forma parte
de un diseño de amor superior, en el que la victoria final sobre el mal, sobre
el pecado y sobre la muerte es verdaderamente la del bien, de la gracia, de la
vida, de Dios.
Así como a la primera
comunidad cristiana, la oración nos ayuda a leer la historia personal y
colectiva en la perspectiva más justa y fiel, la de Dios. Y también nosotros
queremos renovar el pedido del don del Espíritu Santo, que caliente el corazón
e ilumine la mente, para reconocer cómo el Señor realiza nuestras invocaciones
según su voluntad de amor y no según nuestras ideas. Guiados por el Espíritu de
Jesucristo, seremos capaces de vivir con serenidad, valentía y alegría en cada
situación de la vida y, con san Pablo gloriarnos «de las mismas tribulaciones,
porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la
virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará
defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5, 3-5). Gracias.
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