"La duda de Tomás" de Caravaggio. |
Es cierto... Dice Juan, el evangelista,
que Tomás, llamado “el Gemelo”, no estaba con los demás discípulos el día de la
Resurrección. ¿En dónde estaba? ¿En dónde se habría metido que no estaba con
los demás que, aunque atemorizados, se refugiaron en el Cenáculo. ¡De lo que se
perdió!
Las siguientes líneas de Josep Maria
Torras pueden ayudarte a reflexionar el evangelio de este Domingo (Jn
20,19-31):
Tomás, triste, melancólico y
desesperanzado, no ve posible lo que los otros ya han visto “¡Hemos visto al
Señor!”
El apóstol no les mira a la cara. Mira al
suelo, busca los rincones de la casa, la soledad del corazón, se encierra a la
confianza: “¡No lo creo! ¿No es posible! ¡Está muerto y enterrado! ¡Ya todo se
ha acabado! ¡Su vida ya pasó! Si no veo la señal de los calvos..., y si no
meto mi dedo en ese señal... y mi mano en su costado, no creeré.”
Tocar, palpar, experimentar, comprobar por
mí mismo..., no sólo ver... sino tocar, meter mi mano en sus heridas...
Es el egoísmo del que desconfía, del que siempre
critica, del que lo ve todo deformado, del que mira las cosas al revés, del que
sólo ve un poco más allá de su nariz... perdona, Salvador mío, mi desconfianza,
mi falta de fe, mi testarudez para bajar la cabeza. (...)
Entra, Jesús, en mi corazón, métete en mi
casa. Despiértame del sueño de mi falta de fe y confianza. Ábreme los ojos a tu
nueva Vida. muéstrame la grandeza de tu Perdón, de tu Amor.
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