“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.
Mi Padre es el labrador”. Así comienza el capítulo 15 de san Juan que la
Liturgia nos propone hoy en el evangelio de la Misa.
Dios quiere que demos fruto, es claro. Piénsalo
despacio: ¿cuáles son tus frutos? ¿Son sabrosos, rebosantes de vida..., o son
agrios, malos, verdes...? piénsalo en tu caso concreto, que te lo está pidiendo
Dios.
Una de las páginas más bellas de la
Sagrada Escritura es el del “Cántico de la Viña” de Isaías 6: una dulce queja
de quien ha dado primero pero no ha recibido recompensa por su entrega.
Voy a
cantar a mi amigo la canción de su amor por su viña. Una viña tenía mi amigo en
un fértil otero. La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó
una torre en medio de ella, y además excavó en ella un lagar. Y esperó que
diese uvas, pero dio agraces. Ahora, pues, habitantes de Jerusalén y hombres de
Judá, venid a juzgar entre mi viña y yo: ¿Qué más se puede hacer ya a mi viña,
que no se lo haya hecho yo? Yo esperaba que diese uvas. ¿Por qué ha dado
agraces? Ahora, pues, voy a haceros saber, lo que hago yo a mi viña: quitar su
seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será pisoteada. Haré de ella un
erial que ni se pode ni se escarde. crecerá la zarza y el espino, y a las nubes
prohibiré llover sobre ella. Pues bien, viña de Yahveh Sebaot es la Casa de
Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito. Esperaba de ellos
justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos.
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