Pedro, la roca sobre la que se asienta la
Iglesia de Cristo, sirve de fundamento para la unidad en la Iglesia. Todos
confluyen en él –omnes cum Petro, ad Iesum, per Mariam, repetía San Josemaría-: él es el signo de la
unidad.
Pablo, el apóstol de los gentiles,
representa la universalidad de la Iglesia –“católica”, universal-: en ella se
encuentra la plenitud de la revelación –otorgada por Cristo- y los medios de la
salvación, además de que la Iglesia misma está diseminada por todo el mundo.
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