— No sé, Padre, cómo caí en
esta crisis... Ya no puedo rezar, dudo de Dios y de la Iglesia, he perdido el
horizonte de mi vida, ya no le encuentro sentido...
— Perdona por la confianza,
pero eres una tonta... ¡Con lo maravillosa que es la vida! ¿No te has fijado en
todo lo bueno que tienes? Tienes una familia que te quiere –aunque algunas
veces tengan roces o haya incomprensiones-: tus papás y tus hermanos; tienes
salud, una salud envidiable, pues tu edad te lo permite aún; has estudiado y
sabes muchas cosas, te puedes valer muy bien en la vida; aunque no nades en las
riquezas, tienes lo suficiente para comer y vivir; y, lo más importante, eres
hija de Dios: ¡hasta los cabellos de tu cabeza Dios los tiene contados! ¡Deberías
sentirte dichosa de ser hija de Dios!
Hubo, luego, un suspiro y unas
lágrimas. Yo mismo me quedé asombrado de tantas cosas enumeradas y que también
tengo. Concluía que, como decía Santa Teresa, quien a Dios tiene, nada le falta;
sólo Dios basta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario