Ayer uno de mis alumnos me hacía el
siguiente planteamiento: ¿cómo hacer para que no caiga en el subjetivismo a la
hora de leer la Biblia?, es decir, ¿de qué forma puedo estar prevenido de hacer
decir al texto bíblico lo que llevo yo en mi cabeza, es decir, como dice el
dicho: “llevar el agua a mi molino”?
A este respecto, qué maravilloso y
necesario es la “lectio divina”, la lectura orante de la Palabra de Dios.
Importante es, sin duda, pero ha de ir
acompañada de la FORMACIÓN. Cada vez estoy más convencido de ello: que no
podemos dejarlo todo a la “inspiración” del momento, que no puedo obligar al
Espíritu a que me sople cada vez que yo me disponga a la lectura.
Qué buen recurso es el Catecismo de la
Iglesia Católica para ello, que es una interpretación de la Biblia (de hecho,
la cita continuamente). Además, podemos seguir los pasos recios y rectos de los
santos que interpretaron la Sagrada Escritura y la hicieron vida. En un tercer
momento, un buen comentario de la Sagrada Escritura puede ofrecernos una pautas
para captar mejor el sentido de lo que estamos leyendo.
En último término, pues, está la
interpretación personal. Además, al menos yo, soy un novato en este camino...
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