Con ocasión de las lecturas de la Misa de
hoy (Am 7,12-15; Sal 84; Ef 1,3-14; Mc 6,7-13) he pedido a los feligreses
muchas oraciones por los sacerdotes, que tienen sobre sus hombros no sólo la
salvación de las almas que se le confían –que es bastante-, sino también su
propia salvación.
Son tantos los sacerdotes ejemplares en su
ministerio y su entrega. Me he recordado de tantos que ya han dejado este
mundo, a algunos de ellos he conocido. Por eso, me dio mucha alegría
encontrarme con este comentario:
“Saboreo la dignidad de la
finura humana y sobrenatural de estos hermanos míos, esparcidos por toda la
tierra. Ya ahora es de justicia que se vean rodeados por la amistad, la ayuda y
el cariño de muchos cristianos. Y cuando llegue el momento de presentarse ante
Dios, Jesucristo irá a su encuentro, para glorificar eternamente a quienes, en
el tiempo, actuaron en su nombre y en su Persona, derramando con generosidad la
gracia de la que eran administradores” (San Josemaría Escrivá, Amar a la Iglesia).
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