El trozo del libro de Ezequiel que hemos
leído hoy en la Santa Misa (2,2-5) estaba muy en sintonía con lo que el
evangelio presentaba (Mc 6,1-6) sobre el profeta: la falta de fe en él y el
rechazo que sufre.
El profeta es signo de la presencia de
Dios, pues es elegido para hablar en nombre de Dios. Su sola presencia urge una
respuesta: aceptación o rechazo por parte de quienes le escuchan, salvación o
condena como consecuencia de esa decisión.
Pero, el profeta también ha de ser buen
instrumento para transmitir la Voluntad y la revelación de Dios.
¿Te recuerdas que fuiste ungido profeta el
día de tu Bautismo y que debes hablar en nombre de Dios? Ojalá tus acciones y
tus palabras lleven a las almas a Dios.
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