Hace unos momentos, en una carrera por las
múltiples ocupaciones, fui a atender a un anciano que ya está muy enfermo. De
esta manera me pidieron que fuera: “Padre: necesita los sacramentos. No recibió
la Confirmación ni la Comunión –después completé la información con que no se
había casado por la Iglesia-, y tiene 102 años...”
Recordando experiencias pasadas, como pude
fui, para que este pobre anciano no dejara de recibir el auxilio de los
sacramentos en esta recta final. O, ¿será que tiene años por delante por vivir...?
En kaqchikel –nuestra lengua nativa- le
expliqué –puesto que no lo habían hecho- que es sumamente conveniente para el
alma recibir la gracia de Dios por los sacramentos, puesto que nuestra alma
tiene como destino el Cielo; pensando en que la vida se termina, es conveniente
estar bien preparados. Lograba comprender algo de mis palabras pues asentía de vez en vez.
En medio de sus achaques y de su escasa
formación, ¿cuánto habrá entendido? Dios lo sabe y le dejamos el resto a Él,
que bien hace todo esto. De esta manera, le administré primero el sacramento de la Confirmación y luego el de la Unción. Ojalá el orden haya estado correcto.
Como sacerdote, me quedé más tranquilo
haber podido sacar un poco de tiempo para asistirle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario