Ayer he ido a una librería a comprar
algunos libros que necesitaba para el Seminario. Mientras me buscaban los
libros, se acerca una de las dependientes y me dice: “Padre: ¿me puede
confesar?” Después me cuenta: “Ya nos habíamos preguntado por usted, pues ya no
se había aparecido –yo, “mal pensado”, me dije: de plano porque ya no les he
comprado libros-. Le había dicho a mi compañera que me avisase si aparecía,
pues me ha inspirado confianza y quería confesarme”. La verdad es que yo
llevaba un año apareciéndome por allí, y ahora se ha dado. Me alegré mucho de
poder ayudar sacerdotalmente, incluso para una confesión en una librería.
La otra alegría es que me dieron un regalo
–ya ven que todavía me ilusionan los regalos-, aunque no hacía falta, por
supuesto: la imagen muestra el regalo, la sorpresa resulta tan querida como
inesperada.
Desde luego que lo leeré con fruición.
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