Durante estos días estamos compartiendo
unos momentos con el P. Emilio González, quien está predicando los días de retiro
a los seminaristas. Personalmente, estoy aprendiendo de su saber y de su modo
de ser.
En la Misa que concelebré ayer, le escuché
en la homilía un dato importante que me cuestiona también a mí:
Con conocimiento, contó que a la Congregación
para el Clero llegan anualmente unas 700 peticiones de sacerdotes que quieren
abandonar el ministerio. Son demasiados.
Lo sorprendente es que la causa mayor de
deserción, como cabría suponer, no es la dificultad de vivir el celibato sino
la falta de vibración en su vida espiritual.
Cuando el sacerdote ya no reza, o no hace
bien su oración, o cuando ya no vive de la Misa; cuando ya no se confiesa o
abandona la dirección espiritual, el sacerdote pierde el rumbo, pierde el
sentido de su existencia y de su trabajo.
En definitiva, el sacerdote se vuelve un
funcionario, alguien que tiene un horario y que cumple con una función.
Quiero poner los pies en la tierra y, con
esta alarma, enamorarme más de Dios y de mi vocación.
Tú, por tu lado, colabora a la fidelidad de los sacerdotes rezando por
ellos, ahora.
Si de algo estoy orgulloso, estando en Roma, es que he aprendido y me han hecho enseñar lo que es necesario vivir. Lo aprendi no precisamente en Roma sino en mi Seminario.
ResponderEliminarY eso es lo que intentamos seguir enseñando. La formación nos incentiva a ir por delante nosotros, a los que nos han puesto en este maravilloso trabajo de la formación. Gracias por el comentario, P. Tomás.
EliminarEs verdad ¡Qué razón lleva!
ResponderEliminarGracias por enseñarnos precisamente eso, P. Ángel. Saludos desde Guatemala.
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