domingo, 24 de febrero de 2013

"Per aspera ad astra"


     Éste era el lema episcopal de un obispo: Per aspera ad astra, “por lo difícil, hasta los astros”, por las dificultades se llega al Cielo. Esto es lo que nos enseña el evangelio de este Domingo: la Transfiguración del Señor (Lc 9,28-36). Dejo paso a un suculento y provechoso comentario, tomado de la “Biblia de Navarra”; léanlo, que les ayudará.
     Jesucristo con su Transfiguración fortalece la fe de sus discípulos mostrando en su humanidad un indicio de la gloria que iba a tener después de la Resurrección. Quiere que entiendan que su Pasión no será el final, sino el camino para llegar a la gloria. «Para que alguien se mantenga en el recto camino hace falta que conozca previamente, aunque sea de modo imperfecto, el término de su andar: del mismo modo un arquero no lanza una flecha si antes no conoce el blanco al cual ha de apuntar (…). Y esto es tanto más necesario, cuanto más difícil y arduo es el camino y fatigoso el viaje, y alegre en cambio el final» (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 45, a. 1).
     Con este milagro de la Transfiguración Jesucristo muestra también una de las dotes de los cuerpos gloriosos: la claridad, «por la que brillarán como el sol los cuerpos de los santos; pues eso afirma nuestro Salvador en el Evangelio de San Mateo: ‘Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre’ (Mt 13,43); y para que nadie dudase de ello lo aclaró con el ejemplo de su Transfiguración. A esta dote la llama el Apóstol unas veces gloria y otras claridad. ‘Transformará el cuerpo de nuestra bajeza conforme al cuerpo de su claridad’ (Flp 3,21); y en otra parte: ‘Se siembra en estado de vileza; resucitará con gloria’ (1Co 15,43). El pueblo de Israel vio también alguna imagen de esta gloria en el desierto, cuando el rostro de Moisés resplandecía por el coloquio y la presencia de Dios, de tal modo que los hijos de Israel no podían fijar en él su mirada (Ex 34,29; 2Co 3,7). La claridad es cierto resplandor que, procedente de la suma felicidad del alma, redunda en el cuerpo como una cierta comunicación a éste de la felicidad que el alma goza (…). Pero no debe creerse que de esta dote participen todos en la misma proporción (…). Porque, aunque todos los cuerpos de los santos serán igualmente impasibles, sin embargo, no tendrán el mismo resplandor; pues, como dice el Apóstol, una es la claridad del sol, otra la claridad de la luna y otra la de las estrellas, e incluso hay diferencia en la claridad entre unas estrellas y otras; así sucederá en la resurrección de los muertos (1Co 15,41-42)» (Catecismo Romano, I, 12,13).

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