Después de unos días de forzado descanso –espero
que no haya sido ningún complot de la empresa que nos proporciona la señal de
internet u otra instancia-, vuelvo. Ya habrá tiempo para escribir sobre la
Cuaresma que hemos comenzado y ponernos a tono.
La intención nuestra ahora, latente, es el
Papa y el paso que ha dado de su renuncia. Parece mentira cuánto revuelo ha
levantado –a los medios les gusta el morbo-. Hoy mismo me presentaron, impreso,
un precioso artículo de un joven, es presentado como “novel bloguero” por cierto
autor, que ha titulado un artículo suyo de manera llamativa: “¡Siempre
renuncias, Benedicto!”. Sorprendente y deja buen sabor de boca. El artículo es del 12 de febrero pasado. No les
defraudará. Doy paso al artículo.
Tengo 23 años y aún no entiendo muchas cosas.
Y hay muchas cosas que no se pueden entender a las 8:00 am cuando te hablan para
decirte escuetamente: “Daniel, el papa dimitió.” Yo apresuradamente contesté:
“¿Dimitió?”. La respuesta era más que obvia, “Osea renunció, ¡Daniel, el papa
renunció!”
El Papa renunció. Así
amanecerán sin fin de periódicos mañanas, así amaneció el día para la mayoría,
así de rápido perdieron la fe unos cuantos y otros muchos la reforzaron. Y que
renunciara, es de esas cosas, que no se entienden.
Yo soy católico. Uno de tantos.
De esos que durante su infancia fue llevado a misa, luego creció y le agarró
apatía. En algún punto me llevé de la calle todas mis creencias y a la Iglesia
de paso, pero la Iglesia no está para ser llevada ni por mí, ni por nadie (ni
por el Papa). En algún punto de mi vida, le volví a agarrar cariño a mi parte
espiritual (muy de la mano con lo que conlleva enamorarse de la chavita que va
a misa, y dos extraordinarios guías llamados padres), y así de banal, y así de
sencillo, recontinué un camino en el que hoy digo: Yo soy católico. Uno de
muchos, si, pero católico al fin. Pero así sea un doctor en teología, o un
analfabeta de las escrituras (de esos que hay millones), lo que todo mundo sabe
es que el Papa es el Papa. Odiado, amado, objeto de burlas y oraciones, el Papa
es el Papa, y el Papa se muere siendo Papa.
Por eso hoy cuando amanecí con la
noticia, yo, al igual que millones de seres humanos..nos preguntamos ¿porqué?.
¿Porqué renuncia señor Ratzinger?. ¿Le entró el miedo?. ¿Se lo comió la edad?.
¿Perdió la fe?. ¿La ganó?. Y hoy, después de 12 horas, creo que encontré la
respuesta: El señor Ratzinger, ha renunciado toda su vida.
Así de sencillo.
El Papa renunció a una vida
normal. Renunció a tener una esposa. Renunció a tener hijos. Renunció a ganar
un sueldo. Renunció a la mediocridad. Renunció a las horas de sueño, por las
horas de estudio. Renunció a ser un cura más, pero también renunció a ser un
cura especial. Renunció a llenar su cabeza de Mozart, para llenarla de
teología. Renunció a llorar en los brazos de sus padres. Renunció a teniendo 85
años, estar jubilado, disfrutando a sus nietos en la comodidad de su hogar y el
calor de una fogata. Renunció a disfrutar su país. Renunció a tomarse días
libres. Renunció a su vanidad. Renunció a defenderse contra los que lo
atacaban. Vaya, me queda claro, que el Papa fue un tipo apegado a la renuncia.
Y hoy, me lo vuelve a
demostrar. Un Papa que renuncia a su pontificado cuando sabe que la Iglesia no
está en sus manos, sino en la de algo o alguien mayor, me parece un Papa sabio.
Nadie es más grande que la Iglesia. Ni el Papa, ni sus sacerdotes, ni sus
laicos, ni los casos de pederastia, ni los casos de misericordia. Nadie es más
que ella. Pero ser Papa a estas alturas del mundo, es un acto de heroísmo (de
esos que se hacen a diario en mi país y nadie nota). Recuerdo sin duda, las
historias del primer Papa. Un tal..Pedro. ¿Cómo murió? Si, en una cruz,
crucificado igual que a su maestro, pero de cabeza.
Hoy en día, Ratzinger se despide
igual. Crucificado por los medios de comunicación, crucificado por la opinión
pública y crucificado por sus mismos hermanos católicos. Crucificado a la
sombra de alguien más carismático. Crucificado en la humildad, esa que duele
tanto entender. Es un mártir contemporáneo, de esos a los que se les pueden
inventar historias, a esos de los que se les puede calumniar, a esos de los que
se les puede acusar, y no responde. Y cuando responde, lo único que hace es
pedir perdón. ‘Pido perdón por mis defectos’. Ni más, ni menos. Que pantalones,
que clase de ser humano. Podría yo ser mormón, ateo, homosexual y abortista,
pero ver a un tipo, del que se dicen tantas cosas, del que se burla tanta
gente, y que responda así..ese tipo de personas, ya no se ven en nuestro mundo.
Vivo en un mundo donde es
chistoso burlarse del Papa, pero pecado mortal burlarse de un homosexual (y
además ser tachado de paso como mocho, intolerante, fascista, derechista y
nazi). Vivo en un mundo donde la hipocresía alimenta las almas de todos
nosotros. Donde podemos juzgar a un tipo de 85 años que quiere lo mejor para la
Institución que representa, pero le damos con todo porque “¿con qué derecho
renuncia?”. Claro, porque en el mundo NADIE renuncia a nada. A nadie le da
flojera ir a la escuela. A nadie le da flojera ir a trabajar. Vivo en un mundo
donde todos los señores de 85 años están activos y trabajando (sin ganar
dinero) y ayudan a las masas. Sí, claro.
Pues ahora sé Señor Ratzinger,
que vivo en un mundo que lo va a extrañar. En un mundo que no leyó sus libros,
ni sus encíclicas, pero que en 50 años recordará cómo, con un simple gesto de
humildad, un hombre fue Papa, y cuando vio que había algo mejor en el
horizonte, decidió apartarse por amor a su Iglesia. Va a morir tranquilo señor
Ratzinger. Sin homenajes pomposos, sin un cuerpo exhibido en San Pedro, sin
miles llorándole aguardando a que la luz de su cuarto sea apagada. Va a morir,
como vivió aún siendo Papa: humilde.
Benedicto XVI, muchas gracias
por renunciar.
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