Hemos leído, en la Misa, estas palabras: “Me
mirarán a mí, a quien traspasaron”; también: “Se alumbrará un manantial contra
pecados e impurezas” (Zc 12,10-11;13,1). El evangelista Juan aplica a Jesús,
crucificado, con la llaga en su costado, estas palabras (Jn 19,37). El Card.
Van Thuan decía que no le gustaba la figura de Jesús glorioso; que le gustaba
más la del Crucificado.
Ni modo, éste es el camino: “El que quiera
seguirme ―propone, no impone―, que se niegue a sí mismo,
cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su
vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9,18-24;
es el evangelio de la Misa).
Al hombre, inevitablemente, le toca sufrir
aquí en la tierra ―por una u otra causa, lo quieran o no lo quieran, crean en
Dios o no crean en Él―; pero mejor es sufrir con Jesús, pues ese sufrimiento se
tornará en salvación.
Repara en que éste es el camino de la
felicidad: amar a Dios y a al prójimo, y negarnos a nosotros mismos por amor a
Él.
Ahora, prefiero contemplar a Cristo que,
entregando su vida por mí, está pendido de la Cruz, con el costado abierto, de
donde manan los sacramentos, de donde mana la gracia para la salvación mía y del
mundo.
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