Los hay tantos, pero a veces no se dan a
conocer.
Hoy, no el destino sino un encargo
concreto, me ha conducido a Quetzaltenango, la segunda ciudad en importancia en
nuestro país. He ido a dejar a un grupo de seminaristas que, a su vez, se uniría
a otro grupo, para ir de pastoral a una parroquia de San Marcos.
Después de desayunar con los formadores
del Seminario de la Asunción, que trabajan en el Filosofado que funciona en el
querido Colegio Seminario de San José, he hecho mi recorrido de lo que antaño
(1992) fue mi hogar: el monasterio de los monjes, la iglesia, el cementerio,
las instalaciones deportivas, los bosques ―algunos de esos árboles ahora tan
grandes fueron plantados por nosotros―...
En ese cementerio de la Comunidad
Benedictina, recé un responso por los monjes cuyos cuerpos allí descansan. Además
de recordarme del los padres Matías Zinkan, David Palmatier, P. Geraldo Benkert
y Patricio Green, rememoré al P. Carlos Quintana, mi primer director
espiritual, que supo hacer despertar en mí querer cumplir la Voluntad de Dios,
especialmente en lo tocante a la vocación sacerdotal.
Recuerdo que el P. Carlos me dijo varias
veces: “Tú, “chiquitito” ―apelativo de cariño que usaba con muchos―, cuando te
hayas ordenado y hayas hecho mucho en tu Diócesis, vente a la Comunidad, que
alegres te recibiremos”.
Es que ésa fue su experiencia: hizo su
profesión como benedictino después de trabajar 30 años como sacerdote diocesano.
Vivió otros 20 años de religioso. Después de haber cumplido 50 años de
sacerdocio, murió en 1998.
Recé por su alma ante la lápida que señala
el lugar donde está enterrado su cuerpo. Le agradecí a Dios por su vida y su misión cumplida,
de la que ha sido parte mi propia vocación. Dios le premie su fidelidad como
sacerdote y como monje benedictino.
El plano del Colegio Seminario de San José -con imagen antigua-, con el Monasterio de los PP. Benedictinos. |
Una vista de la iglesia, desde el Colegio. |
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