En su magnífica obra “Cartas del Diablo a
su Sobrino”, en el prefacio, nuestro querido amigo literato-filósofo C.S. Lewis
informa sobre sus “creencias” sobre los ángeles y los demonios. Es una delicia
leer el libro, pero el prefacio es magistral.
Explica que una cosa es creer que existe
el Diablo como una fuerza semejante a Dios ―cosa que no
se puede aceptar― y, otra, creer que existen los diablos que, abusando de su
libertad, se rebelaron contra Dios.
Sobre la representación de los ángeles y
los demonios, escribe:
Creer en
los ángeles, buenos o malos, no significa creer en unos ni en otros tal y como
se les representa en las artes y en la literatura. Se pinta a los diablos con
alas de murciélago y a los ángeles con alas de pájaro, no porque nadie sostenga
que la degradación moral tienda a convertir las plumas en membrana, sino porque
a la mayoría de los hombres le gustan más los pájaros que los murciélagos. Se
les pintan alas, para empezar, con la intención de dar una idea de la celeridad
de la energía intelectual libre de todo impedimento. Se les confiere forma humana
porque la única criatura racional que conocemos es el hombre. Al ser criaturas
superiores a nosotros en el orden natural, incorpóreas o que animan cuerpos de
un tipo que ni siquiera podemos imaginar, hay que representarlas
simbólicamente, si se quiere representarlas de algún modo.
En la lectura de la obra citada, espero
que no nos pase, como refiere el autor en su prefacio, como aquél sacerdote que
declinó su suscripción al periódico que lo editaba, argumentando que “muchos de
los consejos que se daban en estas cartas le parecían no sólo erróneos, sino
decididamente diabólicos”.
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