La Iglesia celebra hoy a San Bernardo de
Claraval, en lo que ahora es Francia, monje en el siglo XII. En verdad era un
enamorado, que creía en lo que hacía; tanto que arrastró a varios de sus
hermanos y familiares al convento.
Hoy también he recordado que hace 16 años
partió al Cielo Mons. Eduardo Fuentes. Confiamos en que, con la vida que llevó,
ya esté en el Cielo, gozando de Dios e intercediendo por nosotros.
La lectura siguiente es de un sermón de
San Bernardo, con la que rezamos hoy los sacerdotes. Para quien quiera “gustarla”,
léala sin recato.
El amor basta por sí solo, satisface por
sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo.
El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho;
su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa
es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que
vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre
todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con
que la creatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy
inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da.
En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es
para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los
que se aman entre sí.
El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo
que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la
amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose
además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor
por esencia?
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