Estamos en la recta final del tiempo de
Adviento. Nuevamente la figura de San José se presenta muy atrayente.
En la homilía, hoy he hecho considerar a
los que me escuchaban ese misterio de un matrimonio no sólo casto sino
virginal. Lo sugiere fuertemente el evangelio de la Misa que hoy hemos leído
(Mt 1,25): María era Virgen, y permanecería así, como lo completa el evangelio
según san Lucas (1,34).
Un matrimonio que se expresó divinamente
el amor de otras maneras distintas a las relaciones limpias y castas al trato
íntimo de los esposos. El amor no puede centrarse sólo en esa expresión de las
relaciones maritales.
Gran milagro, no cabe duda.
Contemplemos este misterio, ahora que es tan fácil, arreglando el Belén en
casa, y agradezcámosle a Dios la institución del matrimonio –¡gran invento de
Dios!-, camino por el que quiso entrar en la existencia humana.
Un poco más y vendrá la explosión de la
alegría por el nacimiento del Salvador.
EN EL GLORIOSO NOMBRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO. REY DE REYES, SEÑOR DE SEÑORES. DIGO CLARA DE CRISTO. SIN DIOS NO PODEMOS VIVIR.
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