Aunque,
francamente, estas consideraciones no surgieron dentro del carro; simplemente
son continuación de lo de ayer. Más bien, las planteábamos hoy en clase con los
alumnos de Teología.
La fe,
decíamos, no es sólo entender y aceptar con la inteligencia que algo es como
nos lo enseñan; es vida, entrega, amor.
Pues
bien, ¿cómo puedo decir que CREO que la Sagrada Escritura está inspirada ―que
es Palabra revelada por Dios― si
no la leo ni trato de conformar mi vida con lo que Ella me enseña?
¿Cómo puedo decir que CREO en que Jesús está verdaderamente en la
Eucaristía si no le acompaño ―puesto que ha querido quedarse con
nosotros―, si no trato de alimentarme de
Él?
¿Cómo puedo decir que CREO en los dogmas marianos ―Inmaculada
Concepción, Maternidad divina, Virginidad perpetua, Asunción― si no busco a la
Virgen como Madre mía que es, si no acudo continuamente a Ella y no la amo?
¿Cómo puedo decir que CREO en Dios si no
le dedico tiempo, si no le tengo presente en todo el día y en todas las cosas, si
no es Él el primero?
En fin, cabe hacerse más preguntas sobre
lo que creemos. Yo me las hago primero, pues a todos “nos cae”...
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