La bella iglesia colonial de Concepción, Sololá. |
El
hecho, descrito escuetamente, es éste: di una clase en kaqchikel sobre el
Pentateuco. Sucedió en Concepción, un pueblo eminentemente kaqchikel, en donde
celebro con frecuencia la Santa Misa y predico en esta lengua.
Es
sabido que en la actualidad, las lenguas mayas ya no son habladas con pureza
como antiguamente; aunque sea mi lengua materna, ya no la hablo como mis padres
ni mi abuelo, por lo que tengo que apañármelas para hacerlo en la predicación
del domingo.
Aunque
maneje con cierta soltura el contenido (Pentateuco), nunca había tenido ni la
oportunidad ni la ocasión para dar una clase en lengua kaqchikel. De hecho, al
comenzar me disculpé alegando que, al haber muchos términos técnicos, prefería
hacerlo en castellano para desenvolverme con soltura.
Gracias
a Dios la lengua se me destrabó un tanto y, casi sin darme cuenta, seguí la
exposición como comencé, en lengua aborigen.
Eran
en total 23 “alumnos”, entre 15 y 65 años de edad, más o menos, con escasa o
nula instrucción académica... Tenía preparada unas 45 diapositivas; sólo pude
explicar unas 5... Quizá abusé un poco de la paciencia de mis afanosos alumnos,
pero me encantó mucho su atenta escucha. Si han preguntado, como lo han hecho,
es que llevaban el hilo de la exposición ―claro, los que podían―.
En
fin, hoy también fue “Pentecostés”, obligamos al Espíritu Santo a seguir
soplando ―aunque sé que lo hace de buen grado―...
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