— Después de años de casada, me sorprendí de mi esposo —me comentaba hoy una
señora joven—, al escuchar el comentario de un amigo suyo. Este amigo suyo
decía: “gracias a éste, yo pude ganar química”. Yo me volteé a verle y le
pregunté: “¿Cómo está eso?” Y me comentó que mi esposo les había insistido que
el examen no iba a ser como venía en el libro, sino que había que razonar las
respuestas. Gracias a que les hizo pensar, por eso lograron pasar el examen.
Y seguía comentando: — Y yo que pensaba
que le conocía, que tenía pocas genialidades y, creyéndole cuando decía que
simplemente había aprobado sus cursos de medicina, que era, en fin, como un
hombre “normal”. Entonces he descubierto que todavía no le conozco lo
suficiente y que me agrada pensar en que él sabe cosas que yo no y que yo
también sé cosas que él no, y que nos complementamos.
Había leído, en efecto, que cuando ambos,
esposo y esposa, comen lo mismo, visten de forma semejante, tienen las mismas
ideas…, no es que ambos combinan perfectamente —a manera de la media naranja—;
más bien, uno es el que “piensa” y el otro, opacado, sólo le sigue.
En efecto, los esposos han de recordar que
es mucho mejor fijarse en las virtudes de su cónyuge —aunque sean pocas— que en
sus defectos, que los debe tener.
¿Matrimonio feliz? Cuando está lleno de
comprensión.
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