Lo he leído y
considerado en la carta pastoral del Prelado del Opus Dei (pueden leerlo aquí. Habla
mucho de la devoción a la Virgen, cuyas fiestas celebraremos en este mes de septiembre).
Me gustó
mucho esa frase, citando el Padre a D. Álvaro del Portillo: “buscad a Dios en
vuestro corazón y procurad hablar constantemente con Él”.
Es verdad,
buscamos a Dios en la creación —lo
que está muy bien— o en su templo —en donde mora en el Sagrario—, pero pocas
veces nos damos cuenta que está en nosotros y aprovechamos esa su inhabitación
y compañía. Si lo hacemos, no habrá sitio extraño en que no le encontremos. San
Pablo escribió que somos templos del Espíritu Santo (1Co 3,16; 6,19). Piénsalo detenidamente.
Para hacer
honor a San Agustín, en cuya fiesta no puse una letra alusiva debido a que
estaba en retiro, recuerdo sus palabras tan conocidas, lamentándose no haber amado
antes a Dios. No me resisto a transcribir este párrafo dorado de la
espiritualidad, tan conocido por ustedes:
“¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú
estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como
era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo,
mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no
estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi
sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu
perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y
sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti”.
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