Con cierta frecuencia vienen jóvenes al Seminario a buscar la bendición, pues al día siguiente -suele ser- se van a "Los Estados". Regularmente vienen acompañados de sus papás y de algún otro miembro de la familia. Se ve la cara de preocupación que tienen todos, especialmente el susodicho.
A veces les pregunto el motivo por el que tienen que irse. Regularmente, la respuesta es la carga económica acuciante que los oprime; no dejo de pensar en la deuda que habrían adquirido para pagarle al "coyote". Y todo con un futuro incierto, con unas esperanzas endebles.
Personalmente me parte el alma ver partir a estos jovencitos, varios acaban de cumplir la mayoría de edad, que tengan que dejar a su familia y su patria. Se dan casos de jóvenes que recién se han casado y dejan a la esposa. ¿Cómo se mantendrán unidos los esposos, con mucha tierra de por medio? ¿Cómo irán a crecer los hijos, si ya los hay, sin tener presente la figura paterna? ¿Cuánto les afectará psicológicamente?
Dentro de unos años sufrirán nuestros pueblos y nuestras familias las consecuencias.
Con todo, sacerdotalmente les doy la bendición de Dios. ¡Qué confianza la que tienen! Y no in extremis sino bien conscientes, ponen en manos de Dios el éxito de la empresa. Dios acompañe al amigo que vino hoy y se ha confesado, ha recibido la Comunión y la bendición.
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