Mientras hacía determinado trabajo, me pidieron favor que fuera al hospital a bautizar a un niño, pues estaba en peligro de muerte. Dejé lo que estaba haciendo y me fui allá. Entré a pediatría con los padres del niño y, después de preguntar ciertas formalidades, me dispuse a "echarle agua" (así se traduce bautismo literalmente en kaqchikel).
Cuando hube terminado, se aparecieron dos señoras que querían que les bendijera a sus hijas, pues estaban enfermas. Aprovecharon también confesarse -aunque tuviera el tiempo medido, pues tenía pronto otra responsabilidad-. Luego, otra bendición, y otra, y otra... Platiqué como pude con una señora que hablaba sólo tzutuhil. Creo que el Espíritu Santo hizo su labor.
He estado encomendando a los niños y a sus madres -las que los cuidaban-; ojalá se curen los niños. Me recordé de las palabras del Señor: "dejen que los niños se acerquen a mí, no se lo impidan; de los que son como ellos es el reino de los Cielos".
Ahora mismo, tendré el gusto de ir a presenciar la obra de teatro de uno de los grados del Seminario Mayor. Ya les contaré cómo estará.
Saludos a todos.
Si pudieran, los niños razonarían así... |
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