Así reza la Primera Lectura de la Misa de hoy (Sb 2,23-3,9; leer aquí): "Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo". ¿De qué tiene envidia el diablo? Te lo puedo enumerar, y aún me quedaría corto.
Primero, Dios nos ha creado a imagen y semejanza suya y hemos sido creados para la inmortalidad -lo sugiere la lectura señalada-. Esto no se puede aplicar a los ángeles, por mucho que Dios haya creado al hombre "un poco inferior a los ángeles" (cfr. Sal 8).
Es cierto, los hombres, si nos dejamos de Dios, podemos envilecernos, como nos sucedió con el pecado original de nuestros primeros padres y los personales nuestros. Es peor cuando nos empecinamos.
Aún así, Dios nos sigue queriendo y nos sigue buscando: se encarnó y se ha empeñado en nuestra salvación.
Somos hijos de Dios por el bautismo. Lo que no pueden decir los ángeles. Estamos destinados a unirnos cada vez más a Dios por su gracia; ese es nuestro destino eterno en el cielo. Esto se puede lograr ya cuando recibimos la gracia de Dios y la Eucaristía, en el que se realiza esa unión mística entre el que lo recibe y Cristo.
¡Y aún así andamos tristes y cabizbajos! ¿Cómo es posible? Entonces, ¿qué puede la envidia del diablo si estamos unidos a Dios y Él está de nuestra parte? Eso sí, un poco de humildad nos vendrá bien...
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