Para prepararnos bien a las fiestas de Navidad, una buena Confesión, como lo hace habitualmetne el Papa Francisco. |
Sucedió especialmente ayer. Llegué a las cuatro de la tarde. Se había anunciado a la gente que habría Confesiones, que varios sacerdotes llegaríamos. En efecto, llegamos otros cuatro sacerdotes, originarios de la parroquia, para ayudar a nuestros paisanos a reconciliarse con Dios. Los que ayudan a ordenar a la gente estaban esperándome a la puerta. Cuando entré a la iglesia me sobrecogió que estuviera llena la iglesia. ¿Cuándo podríamos confesar a todos? Fueron pasando, uno a uno. Hice el esfuerzo de, como debería ser, tratar a cada alma como lo hace Dios, ponerle atención y ayudarla. Gracias a Dios, después de varias horas, logramos terminar.
Mi parroquia tiene esa cualidad: que la gente se confiesa con frecuencia, lo que exige al párroco. En efecto, escuchar la Confesión de cada alma exige mucho. Pero es un ministerio no sólo necesario -porque así lo quiso Jesús al instituir este sacramento- sino gratificante para el alma del penitente. Allí el sacerdote siente tocar las almas. Allí el penitente descarga lo que pesa a su corazón.
Con la ayuda de Dios, después de empeñarnos en la preparación de estas próximas fiestas, gozaremos en familia volver a vivir este Misterio actuante del Nacimiento de nuestro Salvador. Nos alegramos con María y con José por su entrega y por el regalo de Dios a su matrimonio: el fruto bendito del vientre de María es el Hijo de Dios humanado.
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