¡Qué alegría da el saberse perdonado! |
Si Jesús no nos hubiera dejado el sacramento de la confesión, probablemente lo habríamos inventado nosotros, porque Dios nos creó con una necesidad que sólo la confesión puede satisfacer.
Los que experimentan el consuelo de confesar sus pecados tienden a aferrarse a ese consuelo tenazmente. El reformador protestante Martín Lutero trató de prescindir de todos los sacramentos, excepto del bautismo y de la eucaristía, pero su instinto le persuadió y 'añadió a esos dos el sacramento de la penitencia'. Y explicaba: 'Indudablemente, la confesión de los pecados es necesaria y acorde con los mandatos divinos... Tal y como se guarda el secreto de confesión hoy... me resulta una práctica extremadamente satisfactoria. no desearía que cesara, más bien me alegraría de que existiera en la Iglesia de Cristo, por se runa medicina excepcional para las conciencias afligidas' (de una selección de sus escritos). Todavía hoy, el Libro Luterano de Culto incluye un ritual para la confesión auricular.
Los que descubren la confesión siendo adultos la encuentran irresistible. El apologista protestante C.S. Lewis sentía su atractivo, pero tuvo que superar un prejuicio profundamente arraigado en contra de unas prácticas que le 'olían a Roma'. En 1940 decidió emprender esta práctica, pero admitió que la 'decisión fue la más dura que había tomado en su vida'. Después, se confesaba periódicamente con un monje anglicano.
Lutero seguía fiel a la confesión, incluso después de abandonar la Iglesia Católica. Lewis la buscaba fuera de la Iglesia Católica.
¿Y en dónde habrá quedado la confesión para los actuales protestantes...? Gracias, Señor, por este sacramento de sanación, muestra de tu Misericordia infinita.
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