jueves, 3 de septiembre de 2009

El profeta Jeremías predicando


No es ningún desacierto: Jeremías fue llamado profeta por Dios de una familia sacerdotal. Ayer rezábamos los sacerdotes, en la Liturgia de las Horas, con el pasaje del libro de Jeremías 26,1-15.

Le disponen a escuchar la palabra del Señor y a anunciarla al rey y al pueblo, y no precisamente cosas alagüeñas. Pero le da la indicación concreta: “di (lo) que te mande decirles; no dejes ni una sola palabra”.

No dejar ni una sola palabra pero tampoco aumentarle. ¿Qué podemos hacer los tímidos, que corremos el peligro de vernos apocados ante una situación? ¿Qué los prolijos en el habla que parece que se nos escapan las palabras?

Puesto que luchamos por estar cerca de Dios, por estar en continuo contacto con Él, podemos tener la confianza de que transmitimos a las almas lo que quiere.

Jeremías estaba seguro del respaldo de Dios: “ciertamente me ha enviado el Señor a vosotros, a predicar (…) estas palabras”, aunque nos vengan algunos contratiempos y dificultades por decirlas, como al profeta.

¡Adelante con el año sacerdotal!

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