Jesucristo se encarga de recordarnos -en las lecturas de la Misa de este domingo- lo que Dios ha querido para el matrimonio (Mc 10,2-16; cf. Gn 2,18-24): uno con una, y para siempre. Ni el divorcio ni el adulterio. No se puede cambiar el esposo/a como quien se cambia de ropa cuando se ensucia.
El mundo -el de ahora y el de siempre- quiere "enseñarnos" lo que es vivir de verdad, pero termina siempre en el mismo sitio: la "infelicidad" alejado de Dios.
La alegría y el cariño del noviazgo no pueden despedirse cuando la boda. Debe seguir presentes continuamente. Y para que no se ausenten, hay que cultivarlos.
Todavía resuena en mis oídos aquel testimonio de un esposo que decía a unos matrimonios jóvenes, estando su esposa delante: "Cuando nos casamos, nos queríamos. Pero ahora nos queremos mucho más", y habían pasado ya más de 35 años de casados.
San José, María Virgen y Jesús, Hijo de ambos, bendiga y guarde a nuestras familias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario