El día de ayer, después de terminar la tercera jornada de una actividad de programación pastoral, fui nuevamente a una comunidad cristiana a ayudar sacerdotalmente. “Somos todo un ejército”, les dije a los sacerdotes a quienes acompañaba, pues éramos cuatro en total. Íbamos a confesar a un grupo de niños que se preparan para recibir la Primera Comunión. Eran alrededor de ochenta niños.
En efecto, el sigilo sacramental no nos permite decir nada del pecado y del pecador, pero es, hasta cierto punto, divertido confesar a niños, por la inocencia de las culpas que confiesan. Me vino a la mente el pasaje en que nuestro Señor quiere que seamos como niños, porque de los que son como ellos entrarán en el reino de los cielos (cfr. ).
Es la primera vez que se confiesan, y ya entienden perfectamente que no es solamente cosa humana, que hay algo más detrás. Me preguntaba un catequista si algún niño quedó sin habla, por nerviosismo, al llegar su turno: la verdad es que no.
¡Cuánto desearía esta inocencia y sinceridad para muchos cristianos!
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