Han pasado los días hermosos del Nacimiento del Hijo de Dios; qué recuerdos más hermosos los de la adoración de los pastores y de los magos de Oriente; los días terribles de la persecución de Herodes y la huída a tierras lejanas han cedido. Comienza una nueva etapa.
María se levanta temprano para preparar pronto el desayuno y tener todo a punto, para servir a José y a su Hijo, objeto de su alegría y de su amor. Ellos irán al taller para trabajar. Con los primeros pensamientos conscientes, después del sueño, rezan las Berakot (bendiciones a Dios) y el Šema Yišrael (“Escucha Israel…”). José, luego Jesús, saludan a María con el Šalom (“Paz”).
En el almuerzo, después de bendecir a Dios por los alimentos, comentan animadamente las incidencias del día, noticias y preocupaciones propias y ajenas. Piensan en cómo ayudar a los demás.
Caída la tarde, con el pensamiento en Dios, leen Su Palabra en familia. Se saben parte del pueblo elegido de Dios, conscientes de que en ellos se cumplen las promesas hechas a los padres.
Cuánto me gustaría este ambiente, y se lo pido a Dios, para todas las familias del mundo, especialmente la de los conocidos.
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