Cierto sacerdote tenía esta conversación con una persona que le abría su alma:
— Padre: Dios no me ha dado la vocación de religiosa, ni he pensado en el matrimonio. Tampoco tengo un cargo en la Iglesia; quizá algún día. Pero, así como estoy, veo que puedo ayudar a la gente. Cuando termino mi trabajo, tengo tiempo para ir a ver a una persona que está alejada de la Iglesia, puedo ir a ver a un enfermo y rezar con él. Cuando tengo mis vacaciones, voy a pasar algún mes como voluntaria para ayudar a niños huérfanos o enfermos…
— Para ser buena cristiana –le contestó el sacerdote–, no hace falta que tenga un cargo en la Iglesia. Y, para lo que ya hace, no hace falta algún nombramiento de la Iglesia. Esa es la cara amable y atractiva de la Iglesia, la de la ayuda desinteresada y caritativa. El sacerdote no puede llegar a todas las personas, porque es de número ingente, pero los fieles cristianos son los que deben hacerlo, pues son Iglesia. Siga adelante con su labor y siéntase alegre por esa misión que practica.
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