Éste es un día cívico, día en que se elige presidente de la República, pero nadie niega que tenga algo de sombrío por los candidatos que tenemos.
Algunos han podido dirigir su mensaje a los señores candidatos –aunque es difícil que se les escuche-, pues tienen la posibilidad en sus manos, a través de los medios de comunicación, especialmente los escritos, pero son muchos más a los que les gustaría decirles unos cuantos mensajes a los mismos, pero se quedan en lo oscuro de su intimidad.
En lo personal me ha tocado que incentivar a la gente –como sacerdote y como ciudadano- a que vaya a votar, no sólo para que nadie después se queje sino porque es un deber y un derecho ciudadano.
Si las elecciones en la primera vuelta estuvieron marcadas de un signo optimista por el mayor porcentaje de votación, hoy, en cambio, hay menos afluencia de votantes, supongo que se debe a que los intereses son menos inmediatos y sus consecuencias son menos visibles a corto plazo. Pero, es obvio que es igual de importante la elección de un alcalde y el de un presidente.
Lo cierto es que me costó quince minutos de espera para pasar a emitir mi sufragio, pues sólo hay una papeleta con dos opciones para elegir. Una vez más voté en Concepción, Sololá. Un amigo mío, que ejerce ahora de “alguacil” en las elecciones, me comentó que habían hecho una “purga” de las listas de votantes, pues en la primera vuelta había habido muchos que no eran del lugar.
Confiamos en Dios los resultados y que Dios nos ampare para estos cuatro años venideros...
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