Durante esta semana hemos tenido a más de cincuenta muchachos en el Seminario Mayor, que vienen a dilucidar la Voluntad de Dios sobre su vida, específicamente la posible vocación sacerdotal que tienen.
Escuchándolos en entrevista, cada uno abre su alma y narran cómo ha surgido y percibido la inquietud vocacional; en verdad, cada vocación es una historia particular, irrepetible.
Además de irrepetible, la vocación es un misterio, un pequeño-gran milagro. ¡Cómo es que, aún sin lograr una pastoral vocacional planificada como lo tienen ciertas diócesis, surgen en las familias de nuestras parroquias! ¡Cómo han confluido las circunstancias, de las que se ha servido el Señor, para que llegaran a esta semana y, posiblemente, llegar a ser sacerdotes!
¿Cómo se descubre si hay vocación? He escuchado tantas veces esta pregunta, y suelo incentivar al requiriente que lo decida por él mismo, después de un asiduo trato con Dios. Él mismo lo descubrirá.
Ahora bien, como formador, me corresponde juzgar sobre lo que veo, después de llevarlo a la oración. Los que han sido formadores podrán aducir tanta experiencia sobre cómo hacerlo, y hay que tomarlo muy pero muy en cuenta, pero, al final, no pueden decidir por uno sino cada formador lo debe hacer.
En alguna ocasión se me ha señalado por ello. Prefiero dejarlo en las manos de Dios.
Lo cierto es que solicito su oración para poder cumplir, como Dios quiere, este encargo. Ojalá mi Purgatorio no sea muy severo a causa de lo que me han puesto a hacer y yo libremente he asumido.
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