¡Qué extraño! Para los que no están íntimamente metidos en Dios, esto resulta una locura, una necedad. Es una paradoja la expresión “saborear la cruz”, pero resulta una verdad comprobada. ¡Cómo es que el cuerpo rehúye lo que le contraría, pero el alma experimentada en las cosas de Dios la ansía! Sólo se puede dar cuando sobresalen motivos sobrenaturales y no rastreramente humanos. Pero es claro que debe ser la Cruz de Cristo y no las cruces que podamos crearnos nosotros.
Una cosa es sugerirlo –saborear la Cruz- al oído de alguien que está sufriendo, pero otra el vivirlo como experiencia propia. Si uno se ha ido negando en las cosas pequeñas, cuando vengan las grandes costará menos vivirlas, aunque no dejen de doler.
Paradójicamente, la Cruz, cuando se lleva por Cristo, produce una paz y una alegría que no dan los logros humanos y materiales. Aunque uno se trague las lágrimas, el alma se muestra agradecida con Dios por el don recibido. Entonces se abraza la Cruz, porque uno está siendo un cireneo que ayuda a Cristo a llevar la Cruz.
¡Ya quisiera yo vivir una pizca de esta confidencia que me han hecho!
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