El domingo pasado (12 de febrero), el Santo
Padre dirigió el siguiente mensaje a los que se reunieron en la Plaza de San
Pedro para rezar el Angelus con él. ¿Qué podríamos
aprender de este mensaje?
¡Queridos hermanos y hermanas!
El domingo pasado vimos que
Jesús, en su vida pública sanó a muchos enfermos, revelando que Dios quiere
para el hombre la vida y la vida en abundancia. El evangelio de este domingo
(Mc. 1,40-45) nos muestra a Jesús en contacto con una forma de enfermedad considerada
en ese momento como la más seria, tanto que volvía a la persona
"impura" y la excluía de las relaciones sociales: hablamos de la
lepra. Una ley especial (cf. Lv 13-14) reservaba a los sacerdotes la tarea de
declarar a la persona leprosa, es decir impura; y también correspondía al
sacerdote declarar la curación y readmitir al enfermo sanado a la vida normal.
Mientras Jesús estaba
predicando en las aldeas de Galilea, un leproso se le acercó y le dijo:
"Si quieres, puedes limpiarme". Jesús no evade el contacto con este
hombre, sino, impulsado por una íntima participación de su condición, extiende
su mano y le toca --superando la prohibición legal--, y le dice: "Quiero,
queda limpio." En ese gesto y en esas palabras de Cristo está toda la historia
de la salvación, donde está incorporada la voluntad de Dios de sanarnos y
purificarnos del mal que nos desfigura y que arruina nuestras relaciones. En
aquel contacto entre la mano de Jesús y el leproso, fue derribada toda barrera
entre Dios y la impureza humana, entre lo sagrado y su opuesto, no para negar
el mal y su fuerza negativa, sino para demostrar que el amor de Dios es más
fuerte que cualquier mal, incluso de lo más contagioso y horrible. Jesús tomó
sobre sí nuestras enfermedades, se convirtió en "leproso" para que
nosotros fuésemos purificados.
Un maravilloso comentario
existencial a este Evangelio es la famosa experiencia de san Francisco de Asís,
que lo resume al principio de su Testamento:“El Señor me dio de esta manera a
mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: cuando estaba en el
pecado, me parecía algo demasiado amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo
me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme
de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del
alma y del cuerpo; y después me quedé un poco, y salí del mundo”.(FF 110). En
los leprosos, que Francisco encontró cuando todavía estaba "en el pecado”
--como él dice--, Jesús estaba presente, y cuando Francisco se acercó a uno de
ellos, y, venciendo la repugnancia que sentía lo abrazó, Jesús lo sanó de su
lepra, es decir de su orgullo, y lo convirtió al amor de Dios. ¡Esta es la
victoria de Cristo, que es nuestra sanación profunda y nuestra resurrección a
una vida nueva!
Queridos amigos, dirijámonos
en oración a la Virgen María, a quien hemos celebrado ayer por el recuerdo de
sus apariciones en Lourdes. A santa Bernardita, la Virgen le dio un mensaje
siempre actual: la llamada a la oración y a la penitencia. A través de su
Madre, está siempre Jesús que viene a nuestro encuentro para liberarnos de toda
enfermedad del cuerpo y del alma. ¡Dejémonos tocar y purificar por Él, y seamos
misericordiosos con nuestros hermanos!
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