Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María
a los cielos en cuerpo y alma. ¿Murió o no murió, antes de ser elevada a los
Cielos? Puedes sostener lo que te parezca, pero con fundamento.
Te propongo, ahora, unas consideraciones escritas por el Prelado del
Opus Dei en su carta de este mes. Explican el pasaje de Ap 12 que se lee en la
Primera Lectura de la Santa Misa.
¿Cuál
es el significado del arca? ¿Qué aparece? Para el Antiguo Testamento, es el
símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pero el símbolo ya ha
cedido el puesto a la realidad. Así el Nuevo Testamento nos dice que la
verdadera arca de la alianza es una persona viva y concreta: es la Virgen
María. Dios no habita en un mueble. Dios habita en una persona, en un corazón:
María, la que llevó en su seno al Hijo eterno de Dios hecho hombre, Jesús,
nuestro Señor y Salvador (Benedicto XVI, Homilía en la solemnidad de la
Asunción, 15-VIII-2011).
El autor de la epístola a los Hebreos
recuerda que la estancia más importante del antiguo templo de Jerusalén, el
Santo de los Santos, contenía el altar de oro para el incienso y el arca de la
alianza totalmente recubierta de oro, en la que estaban la urna de oro con el
maná, la vara de Aarón que había retoñado y las tablas de la alianza (Hb 9,4). Detengámonos en la figura del arca, símbolo de
María. El hecho de que se encontrara en el lugar más sagrado del templo nos
habla ya de la especial cercanía e intimidad de la Virgen con Dios: ¡más
que Tú, sólo Dios!, exclamamos gozosamente y sintiendo esa necesidad. Las
tablas de la Ley, que Dios entregó a Moisés, manifestaban la voluntad divina de
mantener la alianza con su pueblo, si éste permanecía fiel a su pacto. La
Sagrada Escritura narra cómo, a pesar de todos los cuidados del Señor, Israel
fue repetidamente infiel. No así la Santísima Virgen, pues —como recalca el
Papa— María es el arca de la
alianza, porque acogió en sí a Jesús; acogió en sí la Palabra viva, todo el
contenido de la voluntad de Dios, de la verdad de Dios; acogió en sí a Aquel
que es la Alianza nueva y eterna, que culminó con la ofrenda de su cuerpo y de
su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María. (Benedicto XVI, Ibid.).
El arca de la alianza, además de contener
las tablas de la ley, encerraba una porción del maná con el que Dios había
nutrido al pueblo durante su peregrinar por el desierto. Ese alimento —lo
enseñó el mismo Jesús en el discurso del Pan de Vida, en Cafarnaún (Jn 6,26-59)— era signo de la Eucaristía, verdadero
cuerpo y sangre de Cristo que, bajo el velo del sacramento, reservamos en
nuestros tabernáculos para adorar al Señor y para alimentarnos de ese gran
Tesoro. Él se ha hecho nuevo maná para quienes vamos de camino hacia la morada
eterna.
Fijémonos en que la Santísima Virgen es
modelo de comportamiento para nosotros. ¿Quién trató a Jesús en la tierra con
más delicadeza y cariño que Ella? ¿Quién estuvo más pendiente de Él en los
largos años de vida oculta y en la vida pública? ¿Quién lo recibió con mayor
devoción en la Sagrada Comunión, después de que el Señor se marchó al Cielo
tras haber dejado el don inigualable de su Sacrificio y de su Presencia
sacramental en manos de los Apóstoles y de sus sucesores en el sacerdocio?
Verdaderamente, como afirmaba el beato Juan Pablo II, María es la Mujer
eucarística por excelencia.
Deteneos en otra lección que podemos
aprender, al contemplar a Santa María, fœderis
arca, verdadera arca de la alianza, como nos sugiere la liturgia de esta
fiesta. Aprendamos de Ella a cuidar más y mejor el trato con Jesucristo en
la Palabra y en la Eucaristía, en la lectura y meditación de la Escritura, en
la asistencia o celebración de la Misa y en la Sagrada Comunión. Porque "no
sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de
Dios", dijo el Señor. —¡Pan y palabra!: Hostia y oración.
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