Recientemente, hubo quienes pensaron que
el Papa era “progresista”, que daba visos de cambio en la postura de la Iglesia
referente a temas ya clásicos en la polémica actual. En septiembre de este año
dijo el Papa al director de La Civiltà Cattolica:
«No podemos seguir insistiendo
sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de
anticonceptivos. Es imposible. Yo no he hablado mucho de estas cuestiones y he
recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en
un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo
de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar».
En su reciente exhortación apostólica (Evangelii
Gaudium, nn. 213-214) el Papa viene a explicar lo que piensa sobre aquellos
temas:
213. Entre esos débiles, que la
Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los
niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les
quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera,
quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo.
Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de
sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y
conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente
ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un
ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada
etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver
otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y
permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos
a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola razón es
suficiente para reconocer el valor inviolable de
cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, “toda violación de la dignidad
personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como
ofensa al Creador del hombre”.
214. Precisamente porque es una
cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el
valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura
sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto
sujeto a supuestas reformas o “modernizaciones”. No es progresista pretender
resolver los problemas eliminando una vida humana. Pero también es verdad que
hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran
en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida
solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en
ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema
pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?
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