Es una anécdota del Jueves Santo.
Como ustedes saben, en la Misa de la tarde
del Jueves Santo, en la Cena del Señor, se introduce el rito del lavatorio de
los pies, recordando cómo Jesús, en la Última Cena, lavó los pies a sus
apóstoles, enseñándoles a dar la vida por los demás, a practicar el mandamiento
nuevo del amor.
Como les había comentado, estuve
celebrando “los Oficios” en la aldea La Canoa, Patzicía. Cuando comencé la
celebración, sólo había diez “apóstoles”, todos mayores. Advertí, al comenzar,
que si no lograban llegar los asignados, que dos de los acólitos serían “apóstoles”,
por lo que empezaron a temer.
Terminada la homilía, procedimos. Había llegado
uno de los que faltaba. Entonces comenté que “Judas ya se había marchado”, por
lo que se rieron todos. No había más remedio. Lancé la mirada al mayor de los
acólitos y me dijo que no rotundamente… ¡Qué valiente! Entonces comprobé cómo
los más pequeños son más obedientes e inocentes, pues me quedé viendo al más
pequeño —de unos 9 años—, con rostro simpático, que, tras cierta insistencia, cedió. Le invité
diciéndoles: “Ven, Matías…” Fue la nota simpática de la celebración.
Dos horas más tarde de la santa Misa, el
protagonista venía diciendo: “¡soy Zacarías!” Entonces le corregí diciéndole
que era Matías, no Zacarías. Pero el padre, que venía acompañándole, no
comprendía por qué. Entonces le expliqué que, habiendo faltado uno de los
apóstoles en la celebración, la elección de Matías (cfr. Hch 1,21-26) —sustituto de
Judas— se adelantó…
Cuánto gocé de la hospitalidad y la piedad
de los amigos de La Canoa. Se los agradezco. Les encomendaré.
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