Después de un
largo tiempo de no escribir en el blog, después de la singular experiencia de
participar de la beatificación de Mons. Álvaro del Portillo en Madrid y luego
estar tan cerca del Santo Padre, y también de estar celebrando hoy la fiesta de
la Virgen del Rosario, escribo estas letras en honor de mi abuelo, el último de
mis abuelos que quedaba vivo, de nombre Clemente. Falleció anoche, después de
unas complicaciones clínicas y una relativamente larga vejez (me parece que
llegó a 91 años).
Su nombre era
Clemente. Conozco unos episodios de su vida, tanto por lo que sé de mis papás
como de lo que él mismo contaba. Cuando lo tuvimos en casa por una temporada,
gustaba de contar sus historias juveniles y los azares de su vida. Gustaba de
recordar su época de soldado y de político, y las diversas incidencias —muchas veces
divertidas, otras no—, que le tocó vivir.
Me parece que
ha sido una gran oportunidad para practicar la unidad familiar —cuando están
papá y mamá la familia está unida— y tener motivos de vivir el cariño propio de
una familia y practicar los pequeños servicios para con él, en su caso, de recompensa
y agradecimiento por su vida y su trabajo en favor de mis tíos y primos.
Se cierra un
capítulo en la vida de mis papás. En casa están todos tranquilos, con una paz
piadosa y manifiesta. Mañana celebraré, Dios mediante, la Misa exequial. Les pido
una oración por su alma.
Descansa en
paz, abuelo Clemente.
Encomendamos al abuelo Clemente al Señor y pedimos que premie sus buenas obras y le conceda un cielo bien grande. He ofrecido la misa por él y estoy muy unido a toda la familia en su dolor
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