Hace un año aconteció la beatificación de D. Álvaro del Portillo. El 27 fue la beatificación; al día siguiente se celebró la Santa Misa en acción de gracias por ese regalo.
En ambas Misas, habiendo celebrado antes en las capillas preparadas para la ocasión, tuve el encargo de repartir la Comunión a los asistentes. El 27 llegamos al punto de reunión para el traslado a buena hora. El día siguiente hubo algún contratiempo y nos tocó llegar por nuestra cuenta al lugar, no sin cierta pena.
Los sacerdotes éramos de los primeros en llegar al lugar, porque nos tocaba celebrar la Santa Misa por grupos en las capillas. Luego, había suficiente tiempo para rezar, para leer un poco, para platicar con los otros sacerdotes. Allí tuve la oportunidad de saludar a sacerdotes conocidos de años atrás.
El ambiente fue de gran fiesta; las dificultades del sol, del tiempo prolongado, de la incomodidad, se sobre llevaron muy bien, con espíritu sobrenatural.
Para los que yo acompañaba, un buen grupo de laicos, entre ellos mis padres, fue una gran experiencia de eclesialidad, de universalidad de la Iglesia.
Pido a Don Álvaro que nos consiga la gracia de tratar a Dios como él, con el espíritu que le llevó a cuajar las expresiones: "Gracias. Perdón. Ayúdame más".
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