El Card. Robert Sarah. |
Ahora les pongo las siguientes letras, que hablan sobre la Liturgia y la dificultad que se vivió en la Iglesia tras el Concilio, cuyas consecuencias son evidentes aún. Me encanta la claridad y la sencillez con que propone este tema, tan importante para la vida de la Iglesia. Las frases no tienen desperdicio, hay que leerlas despacio:
"Por desgracia, nada más concluir el concilio, la Constitución sobre la liturgia no se comprendió a partir del primado fundamental de la adoración, de la humilde genuflexión de la Iglesia ante la grandeza de Dios, sino más bien como un libro de recetas. Vimos a toda clase de creativos y animadores que buscaban más bien artimañas para presentar la liturgia de modo atrayente, más comunicativo, implicando cada vez a más gente, pero olvidando que la liturgia está hecha para Dios. Si Dios se convierte en el gran ausente, podemos llegar a toda clase de desviaciones, desde las más triviales a las más abyectas.
Benedicto XVI ha recordado con frecuencia que la liturgia no puede considerarse una obra de la creatividad personal. Si hacemos una liturgia para nosotros mismos, se aleja de lo divino: se convierte en una representación teatral ridícula, vulgar y aburrida. Y se desemboca en liturgias que parecen operetas, fiestas dominicales para divertirse o disfrutar juntos después de una semana de trabajo y de afanes de todo tipo. Después de la celebración eucarística, los fieles vuelven a casa sin haberse encontrado personalmente con Dios y sin haberle escuchado en lo más íntimo de su corazón. Falta ese cara a cara con Dios contemplativo y silencioso que nos transforma y nos devuelve las energías que permiten revelarlo a un mundo cada vez más indiferente a las cuestiones espirituales" (Dios o Nada, p. 125).
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