Consideraba hoy con los alumnos del Seminario que hablar de la Sangre de Cristo nos lleva a pensar en la Encarnación, en la Santísima Humanidad de nuestro Señor, pues no podía haberse derramado su Sangre si no se hubiera hecho hombre verdadero.
También nos remite a la gravedad del pecado, de nuestro pecado, de tus pecados y los míos, que llevaron a derramar la Sangre de un Inocente, y derramarla toda. En este punto no cabe quedarse en el anonimato, pues cada uno somos culpables.
Además, hablar de la Sangre de Cristo es hablar del inmenso amor de Dios -amor de locura- a sus criaturas, a los hombres. Si, como dice Santo Tomás, una sola gota de esta preciosa Sangre hubiera bastado, ¿qué te dice que ese Dios Inocente hubiera querido derramar TODA su Sangre por ti y por mí?
Sí, tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Único Hijo. Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (San Juan).
Entonces, no cabe más que responder con amor al Amor, con un amor generoso e íntegro.
Estas consideraciones nos ayudarán a vivir lo que queda de la Cuaresma, para prepararnos bien para la Pascua.
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